Como todas las articulaciones del tren inferior, la rodilla está sometida a un esfuerzo constante siempre que nos mantenemos en posición vertical, y tiene que conciliar esta función con el trabajo de desplazar el cuerpo cuando corremos, andamos, subimos escaleras, saltamos, etc.
En este sentido, la articulación de la rodilla ocupa una posición intermedia entre la cadera y el tobillo, ayudando a enlazar sus movimientos, por lo que se puede considerar como una articulación de transición, ya que en la cadena natural de movimientos su acción no suele representar ni el principio ni el final del mismo, salvo algunas excepciones, por ejemplo golpear un balón con la rodilla.
La movilidad de la rodilla se reduce prácticamente a la flexión y extensión, acción esta última en la que consigue generar grandes niveles de fuerza gracias a la intervención de uno de los músculos más poderosos del cuerpo humano, el cuádriceps femoral.
Sin embargo, los movimientos de rotación de la rodilla sólo son posibles cuando ésta se encuentra flexionada, produciéndose lesiones si las rotaciones se producen con la rodilla en extensión. Por otro lado, los movimientos de abducción y aducción son totalmente inexistentes por la estructura de la articulación.
Esta limitación de movimientos al plano anteroposterior facilita la función de sostén de esta articulación y hace que su actividad se centre fundamentalmente en la impulsión del peso del cuerpo cuando nos desplazamos y en los movimientos de golpeo de objetos con la pierna, acciones estas que se fundamentan en una adecuada extensión de la rodilla.
La extensión de la rodilla destaca como la acción más importante de las que realiza esta articulación, al estar directamente relacionada con la movilización del peso del individuo (correr, saltar, etc), asà como para la repulsión de objetos con ayuda del miembro inferior.
Por ello la articulación esta especialmente dotada a nivel muscular para desarrollar estas acciones con una gran potencia, mientras que la flexión de rodilla asume un papel secundario, como movimiento preparatorio y de control de la extensión, que por otro lado no hay que descuidar si queremos realizar la extensión con eficacia y un menor riesgo de lesiones.
Sin embargo, el trabajo de la rodilla no es tan sólo el de una simple biela que se flexiona cuando nos agachamos, o cuando nos preparamos a patear un balón, sino que es mucho más complejo, ya que simultáneamente a esto tiene que canalizar la energÃa producida al amortiguar las caÃdas de los saltos, en los cambios de dirección cuando hacemos una finta, o esquiamos, y todo gracias a su sofisticada estructura articular.
De hecho en muchas actividades, como es el caso del fútbol, la rodilla es un elemento esencial en la mayor parte de las acciones técnicas con las que se desarrolla el juego (sprints, cambios de dirección, saltos, golpeos de balón) por lo que su adecuada preparación y cuidado se convierte en objetivo prioritario para sus practicantes si quieren no sólo alcanzar un adecuado rendimiento en la actividad, sino evitar lesiones provocadas la mala ejecución de un movimiento realizado con fatiga.
Por eso a la hora de plantearnos la práctica de una actividad en la que la rodilla esté sometida a gran esfuerzo, no sólo hay que considerar el nivel de fuerza necesario para mover el peso del cuerpo en saltos, carreras, etc, sino que también hay que considerar la presencia de cambios bruscos de dirección y la presencia o no de impactos en la actividad, porque en función de estos últimos tendremos que plantearnos unas medidas de entrenamiento, cuidado y prevención de lesiones en esta articulación.
Asà por ejemplo, el patinaje es una actividad en la que existe un fuerte trabajo muscular para producir el desplazamiento, y las rodillas están sometidas a un mayor riesgo de torcedura o lesión por la inestabilidad del suelo.
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