Pie cavo es el nombre que se le atribuye a aquellos pies que forman un arco excesivo en la parte interna del pie al apoyarse.
La planta de un pie bien equilibrado no se apoya totalmente en el suelo, sino que forma “un puente” para facilitar su articulación y movimiento. Este arco que se forma en la “bóveda plantar” tiene que ser el justo y un cambio por exceso o por defecto provoca cambios en el resto del pie y por añadidura en la postura corporal.
En el caso del pie cavo la elevación del arco del pie produce un “encogimiento de los músculos de la planta del pie” que lo hace parecer más corto. El peso del cuerpo se va a sobrecargar más en la parte anterior del pie y en la externa, lo que se refleja en la huella que prácticamente desaparece en la parte central del pie.
Otra consecuencia de este acortamiento de la base del pie, concretamente de la fascia plantar, provoca que el talón se desplace hacia dentro, lo que se observa en la suela del calzado por un mayor desgaste en la parte externa del tacón.
También los dedos del pie salen afectados con este acortamiento de los músculos de la planta del pie y van a permanecer encogidos en forma de garra hacia dentro.
El pie cavo se puede detectar ya a los tres o cuatro años, cuando el niño empieza a andar solo, observando si desgasta más de lo normal la parte posterior de la suela, en cuyo caso sería interesante visitar a un médico para que analice su pisada.
El especialista puede diagnosticar el pie cabo por medio de radiografía y de podograma, que sería la impresión gráfica que expresa la manera en la que el pie se apoya en el suelo y que nos sirve para fabricar una plantilla.
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