El esqueleto constituye el bastidor respecto al que se sustentan los distintos tejidos que integran el cuerpo humano, convirtiéndose así en la estructura responsable de que nuestro organismo presente una forma determinada y consistente a pesar de la constante influencia de fuerzas externas (la gravedad, inercias varias, etc).
La presencia de un esqueleto articulado, especialmente de una columna vertebral, representa la principal característica de los animales vertebrados, grupo en el que el ser humano está adscrito.
La denominación de esqueleto procede del griego “skeletos” en cuya lengua significa desecado, término que originariamente se utilizaba para hacer referencia a los cuerpos disecados de las momias.
Esta asociación del esqueleto con estructuras secas e inertes, contrasta con la naturaleza real de las unidades que lo componen, los huesos que constituidos por materia viva asumen varias funciones en el organismo al margen de la meramente estructural, por lo que la estructura ósea hay que incluirla dentro del conjunto de órganos que componen el cuerpo humano.
El esqueleto está configurado por la unión de los distintos huesos, que encuentran sus puntos de unión en las denominadas articulaciones. Estas zonas de contacto entre dos o más huesos están perfectamente adaptadas para facilitar el tipo de relación que se tiene que producir entre los huesos que pone en contacto, unas veces para permitir el desplazamiento de un hueso respecto al otro, y otras no.
La estructura y funcionamiento de las articulaciones óseas requiere un análisis más amplio en el que nos centraremos más adelante. En esta ocasión nos vamos a centrar en el análisis de las características del esqueleto como unidad funcional.
Tabla de Contenidos
Funciones del sistema esquelético
Como comentábamos en el anterior capítulo sobre este tema, el esqueleto esta compuesto por unas estructuras rígidas pero con carácter orgánico denominadas huesos, los cuales están formados por materia viva, el tejido óseo.
El sistema esquelético asume por ello una serie de funciones en el cuerpo humano que no se reducen al trabajo estructural. Estas funciones serían las siguientes:
Sostén: Como ya hemos comentado antes, el esqueleto va a ofrecer a los órganos y tejidos una estructura sólida respecto a la que ubicarse y organizarse, de manera que cada uno de estos elementos va a disponer de un lugar propio respecto al espacio definido por el esqueleto, en el que va a desempeñar su actividad.
Protección: A parte de sostener y contener a los distintos tejidos que constituyen el cuerpo humano, el esqueleto va a servir de armadura o elemento de protección para los órganos vitales ante las posibles agresiones del entorno (golpes, inercias, etc).
Para garantizar la protección de los órganos viscerales más importantes para nuestra supervivencia, el esqueleto presenta una serie de cavidades a lo largo de su estructura central (cráneo, tórax, abdomen y pelvis), en las cuales estos órganos van a quedar contenidos y protegidos.
Movimientos: El esqueleto constituye una armadura móvil gracias a la estructura de las articulaciones, respecto a las que los huesos pueden movilizarse entre sí gracias a las fuerzas de tracción que los músculos generan cuando se contraen. De esta forma unos huesos van a servir como punto de apoyo para que los músculos provoquen con su contracción el movimiento de otros.
Funciones de la médula ósea
Equilibrio de minerales: El tejido óseo constituye un almacén de varios minerales, especialmente de calcio y fósforo, lo cuales pueden ser liberados al flujo sanguíneo en caso de necesidad, es decir cuando los niveles de estos minerales descienden en el organismo y es preciso un aporte extraordinario que ayude a conservar el equilibrio interno.
Fabricación de células sanguíneas: La hematopoyesis es el nombre que recibe la producción de nuevas células sanguíneas (eritrocitos, leucocitos y plaquetas).
Este proceso se va a producir en la médula ósea roja, que es un tipo de tejido blando que vamos a encontrar en el interior de los huesos. El tejido de esta médula ósea roja, está configurado por una red de fibras reticulares que contienen las células sanguíneas en desarrollo, adipositos, macrófagos y fibroblastos.
La configuración de la médula ósea es completamente roja cuando nacemos, de ahí que su actividad esté totalmente orientada a la hematopoyesis, sin embargo con el paso del tiempo, parte de este tejido rojo va a transformarse en amarillo, pasando a constituir la médula ósea amarilla la cual ya no va a participar en la producción de células sanguíneas.
El proceso no es irreversible, por lo que la médula ósea amarilla puede volver a convertirse en roja si el organismo lo necesitara.
En los adultos la médula ósea roja va a concentrarse fundamentalmente en el esqueleto axial (del que hablaremos posteriormente), es decir en costillas, esternón, columna vertebral, cráneo, escápula y pelvis.
Almacenamiento de triglicéridos: La médula ósea amarilla va a participar en el almacenamiento de la grasa corporal. De hecho debe su color amarillento al caroteno presente en las grasas acumuladas.
Un sistema equilibrado
El sistema esquelético u osteoarticular, representa el conjunto integrado por los distintos huesos y cartílagos. Recibe la calificación de sistema al estar constituido por elementos homogéneos en cuanto a estructura y origen celular, es decir que tienen el mismo origen embrionario.
En el sistema esquelético se establece un equilibrio de conjunto entre todas sus piezas constituyentes, de tal forma que el comportamiento de cada uno de ellos por separado va a afectar al equilibrio de conjunto, dicho de otro modo cualquier pequeño movimiento va a afectar al equilibrio del conjunto.
A nivel individual, cada una de sus piezas constituyentes cumple una función en particular y de conjunto respecto a las piezas más próximas respecto a las que está articulada de manera que existen relaciones entre cada una de las partes a distintos niveles de agrupación.
En base a esta concepción sistémica hay que entender que la ubicación y disposición de las distintas unidades obedece a una finalidad concreta para que el organismo se relacione adecuadamente con el entorno, de ahí que cualquier alteración en este equilibrio, ya sea por lesiones óseas, o por desequilibrios posturales va a afectar al comportamiento del esqueleto en su conjunto.
El esqueleto humano está integrado por unos 350 huesos al nacer, algunos de los cuales tienden a unirse a lo largo del desarrollo, como es el caso de las últimas vértebras de la columna y de algunos huesos del cráneo, de ahí que su número vaya descendiendo con la maduración del individuo.
Así en la edad adulta, el esqueleto va a quedar constituido por unos 206 huesos, sin incluir en este recuento las piezas dentales, ni los huesos wormianos y sesamoideos.
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